Bootcamp Amorfiesta 2020 ¿Qué quieres contar sobre el amor? 

Santiago, Karen, Mayra, Cristian, Victoria, Valentina, Catalina y Anaela son jóvenes latinoamericanos que comparten situaciones de vulnerabilidad y exclusión: Victoria nació en Panamá, país con uno de los PIB más altos de Latinoamérica y El Caribe pero con una tasa de desigualdad tan elevada que dificulta el acceso de su población a derechos básicos, según el BID (2019). Allí llegaron Valentina, Santiago y Mayra. Sus familias emigraron por falta de oportunidades o por amenazas de grupos armados que operan en Colombia. Karen, Cristian, Catalina y Anaela nunca han salido del país y luchan cada día por no engrosar las cifras del Departamento Administrativo de Estadística (DANE), según las cuales 50% de jóvenes entre 14 y 28 años se sienten estancados económica y laboralmente y no tienen garantías en salud. Sus casos no son aislados. Nacieron en un continente donde 39% de jóvenes de 15 a 29 años se encuentra en la pobreza; 1/3 no tiene acceso a la educación y los más afectados son los jóvenes de áreas rurales y las mujeres (UNFPA, 2020). 

Para reducir riesgos, los ODS y la Agenda-2030 (ONU, 2016) proponen generar procesos inclusivos donde sociedad civil, academia, organizaciones sociales, mass media, sector público y privado tejan alianzas para formar a adolescentes y jóvenes como agentes de cambio. Debido a  la diversidad que subyace en esta población, el avance digital, la multiplicidad y velocidad de la información que reciben y modela formas de consumo e intereses comunicativos (Winocur y Dussel, 2020), este es un proceso complejo. No basta con renovar sistemas informáticos para hablar de una mejora en la calidad educativa, hace falta, sobre todo, pensar nuevas perspectivas pedagógicas (Suárez, 2009). Por ello es necesario crear espacios con lenguajes asequibles y adaptables a las necesidades informativas y prácticas digitales juveniles, que permitan identificarse y participar en la generación de saberes desde su experiencia. Para Taddeo (2019):